Una vida en las manos ( Ashura )

Una vez más... No solía durar mucho en manos de un solo hombre y señor. O se cansaban de ella o simplemente encontraban algo más "accesible" y fácil de controlar pues aún cuando estaba limitada por sus cadenas no había momento en que la kitsune intentase escapar. Bien aprovechando la noche o cualquier despiste por mínimo que fuera.

Según recordaba pocas veces había sido expuesta en aquella feria, pues sus vendedores siempre la llevaban a las grandes ciudades donde abundaban los ricos o gente de poder y, por tanto, buenos clientes. Grande fue su sorpresa cuando, estando atada y expuesta como cualquier mercancía, siendo humillada en cierta forma, un muchacho se acercó al lugar. Sus orbes de puro color amatista recorrieron al muchacho apenas dos veces antes de volver a perderse en el vacío ya que por las ropas, a pesar de ser buenas, no parecía ser uno de sus típicos amos, tampoco un hombre de dinero por los múltiples regateos que estuvo haciendo con su vendedor.

Cuando su próximo destino fue establecido, aquel hombre de nulos modales o delicadeza entregó su cadena al ojiazul, empujándola para que se levantase y haciendo que casi se le escapara una pequeña bolsa de cuero, no más grande que sus finas palmas. Sus ropas antaño habían sido un traje de porte sacerdotisal de oriente, pero ahora no eran más que meros arapos sucios y rotos que dejaban la vista más piel de la que ella misma hubiera deseado. Razón por la cual intentaba cubrirse con sus brazos, aunque debido a la finura de estos era algo difícil y solo lograba mostrar heridas y suciedad. Incluso sus orejas y las nueve colas que se había visto obligada a mostrar habían perdido su brillantez y el aspecto suave que deberían tener, siendo su castaño color manchado por un marrón y carmín oscuro como de tierra y sangre seca respectivamente. Aún así, tenían aquella extraña atracción que hacía casi imposible apartar la mirada de ellas sin admirarlas aunque feura por breves segundos. Todo ello, sumado al hecho de que andaba descalza hacían más que evidente el trato que había sufrido.

No se esperó que su reciente dueño le hablase, mucho menos con aquel tono inocente tal vez, tímido de seguro. Dicha pregunta le había hecho alzar un poco el rostro, durante todo el camino cabizbajo y separar sus orbes de la tierra para posarlos en la nuca ajena.

- Ashura... -respondió con apenas fuerzas o ganas de hablar. Para ella era un amo más, extraño y joven, pero uno más de momento al fin y al cabo.

En cuanto sus orbes se toparon con los ajenos estuvo a punto de desviar la mirada aunque esta se quedó fija en los dos cielos que mostraban los iris del joven antes de que un sutil tono rosado apareciera en sus mejillas. Nunca le habían alagado su nombre, y eso le provocó tal instintiva reacción. Su ceño se frunció un poco al notar como él no soltaba la cadena, aunque a parte de correr escasos metros por sus destrozados pies no podría hacer nada más aún cuando esta dejara de ser sujetada.

Repasó el nombre ajeno en su mente, recordándolo solo por el mero hecho de hacerlo ya que, como era de esperar, nunca había llamado a sus dueños por su nombre. Por su apellido como mucho...

Hambre era quedarse corto. Estaba hambrienta y apenas la alimentaban lo suficiente como para mantenerla "sana" y con vida. No más de lo justo ni menos de lo estrictmante necesario para mantenerla débil por si llegaba la ocasión en que pudiera usar sus poderes. Aún a pesar de las palabras y gestos ajenos la kitsune se mostraba desconfiada, algo totalmente lógico. No era la primera vez que la trataban con amabilidad, aunque todas las ateriores acababan de forma trágica, en mayor o menor medida. Nada le daba a entender que él pudiera ser diferente y tan solo dió medio paso atrás, mirando el panecillo ofrecido con el ceño apenas fruncido.

No prestó atención a los gestos y expresiones ajenas, le parecían algo infantiles, pero no criticó ni hizo comentario alguno. Tan solo escuchó las palabras de este pasando su mirada del panecillo a sus orbes azules respectivamente y de tanto en tanto.

Extendió su mano hacia aquel alimento, deteniéndose justo antes de tocarlo pro si él lo alejaba y, tras mirarle, terminar cogiéndolo con relativa rapidez, llevándolo cerca de su rostro para olerlo, comprobando que no tuviera nada extraño. Denotaba algunos sabores que no lograba distinguir, pero se veía realmente delicioso tanto por aroma como por vista y textura, lo que hizo que un sutil rugido del estómago de la rubia cortase el incómodo silencio que se había producido cuando él terminó de hablar.

Su rubor aumentó, avergonzada por el rugir de su hambriento estómago antes de, aún desconfiada y de forma lenta, abrir un poco su boca para morder el alimento, dejando ver sus dientes y colmillos de apariencia, como ella, híbrida, quedando entre unos dientes zorrunos y unos humanos.

Ante aquel sabor probado su reacción fue casi graciosa. Sus ojos se abrieron y tanto sus colas como sus orejas se alzaron, dejando ver estas en todo su esplendor y, en las últimas, dos pequeñas heridas de piel desgarrada, como si le hubieran arrancado algo y, efectivamente, así era. Ni más ni menos que los dos aros de plata que escondía y guardaba celosamente en el pequeño bolsito que portaba en su mano libre.

- Está... Está bueno... -murmuró mirando el dulce con los ojos entrecerrados y una ligera mueca que podría calificarse de sonrisa, si es que la curvatura de sus labios llegaba a ser considerada como tal.

No fue cosnciente de lo que su reacción habría provocado en el platinado ya que su atención estaba casi por completo decntrada en el bollo que reposaba en su mano con apenas un mínimo mordisco en uno de sus lados que no tardó en ampliarse tras un nuevo mordisco. Poco después se movió un poco hacia atrás al notar la enérgica reacción de su dueño. Demasiado acostumbrada estaba a movimientos bruscos como para pasarlos por alto. Aunque eso no le libró de suspirar de forma silenciosa y aliviada al ver que era una "falsa alarma", no tardando en ponerse a caminar.

No puso atención a las miradas que se posaban en ella de vez en cuando así como tampoco respondió a ninguna de las palabras del platinado. Aún así, la mera idea de poder librarse de aquellas cadenas de sus muñecas y cuello habían hecho aparecer un brillo de esperanza en sus apagadas joyas violáceas y esa misma esperanza fue la que el impulsó a cuestionar aquello que se había preguntado desde la entrega de ese dulce manjar.

- ¿Por qué tanta amabilidad? -preguntó finalmente, soltándose un poco y denotando su desconfianza en su tono al hablar.

Su ceja izquierda se alzó, mostrando una expresión curiosa y sorprendida ante la respuesta ajena. Ningún humano, si es que él lo era, le había tratado nunca con respeto. Tan solo las bestias habían mostrado lo mismo que él estaba ofreciéndole.

- Ser vivo eh... -musitó ante aquellas retóricas preguntas y palabras. Hacía tiempo que creyó olvidarse de la definición de esas simples palabras.

- Haz lo que quieras -dijo antes de tener respuesta a su tímido susurro y seguir caminando, quedando siempre por detrás de él. Si quería cuidarla, ella no se negaría a tratos dulces siempre que no tuvieran segundas intenciones que pudieran dañarla.

Un simple pensamiento de "¿Qué esperabas?" apareció en su mente ante el murmurar ajeno sobre su personalidad o su forma de tratarle. No quería cogerle cariño, no hasta saber cómo sería siempre con ella ni si le terminaría vendiendo o quién sabe qué.

Su mirada se volteó al camino boscoso antes incluso de que él le comentara el rumbo que tomarían. Le daba igual si la ruta de la carretera era más rápida, su instinto le pedía pasar por el bosque, aunque fuera solo para admirarlo sin poder disfrutar de él por las esposas.

Se paró de inmediato en cuanto se alejaron apenas unos pasos de la entrada del bosque, haciendo que la cadena tirase de sus manos y cuello hasta alzar levemente estas primeras. Sus colas y orejas volvieron a agacharse al igual que su rostro con la excepción de sus ojos, fijos en los ajenos cuando él se direa la vuelta para confirmar que se había parado.

- ¿Podemos...? -no terminó su pregunta aunque siendo ella una bestia de los bosques y por sus acciones estaba más que claro lo que iba a pedir. Estaba avergonzada de tener que pedir permiso para hacer lo que deseaba, pero la correa no le dejaba más opción. Incluso la sencilla tarea de transformarse o cambiar de apariencia necesitaba el permiso de su dueño para llevarse a cabo.

Mantuvo silencio mirando de reojo de nuevo al bosque. Obviamente, su opinión sobre este era distinta a la que tenía el híbrido pero simplemente se dejó llevar. Es más, si se encontraban con algún animal salvaje que deseara atacarles ella no podría defenderse y tampoco conocía las habilidades de batalla de su amo, por lo que solo volvió a caminar dirigiendo una última mirada al cerro boscoso.